Coatl

Coátl, Colectivo Los Ingrávidos, digital, 2016

TRES GOTAS DE MEZCAL EN UNA COPA DE CHAMPAGNE

El verdadero barroco no es exceso sino rigor, exigencia interior. Es control permanente de la pasión. El barroco es una prueba en la que el ser enfrenta el caos del mundo y la pasión de la forma se vuelve exigencia del espíritu. El barroco es una escritura que refleja una estructura cósmica. El barroco es un diálogo con la naturaleza. El barroco es un acto de amor con la naturaleza.

Noviembre 25 de 1981. Cuaderno 1, p. 35

Con frecuencia, uno asimila el barroco al exceso y la exuberancia, sin pensar que es también despojamiento, exigencia y austeridad. El barroco (un barroco consciente de sí) alcanza el rigor clásico. Si el impulso barroco lo lleva a vestir el vacío, a reinventar la naturaleza ahí donde !no] es (y el cine, por su naturaleza – proyección efímera sobre una pantalla vacía- es !el] supremo acto barroco), él -el barroco- es también gesto que quila, que borra, tornado, huracán que retira buscando la forma, precisa, concisa, la concentración. Si el barroco es vida, es también, en su despojamiento, la estructura esencial, el soporte fundamental de todo cuerpo vivo, es -digamos- el esqueleto, y de ahí se adivina su doble función o búsqueda: vida y muerte entrelazadas, atrayéndose y rechazándose sin cesar. Pruebas y trampas que encuentra el ser confrontado al mundo (la civilización) y a la naturaleza.

Diciembre 1 de 1981. Cuaderno 1, página 40.

Teo Hernández